jueves, 2 de mayo de 2013

Rutas por el Manchester desconocido I: Underneath


¿Alguna vez has pensado que hay bajo la ciudad?, ¿cloacas?¿túneles? ¿ratas albinas del tamaño de una casa?. Bueno, apuesto que todo esto también te lo encuentras en Manchester, pero bajo esta ciudad lo que hay sobre todo son canales. Un entramado de canales que se extienden bajo la ciudad como un circuito de venas y arterias que hacen que el corazón de la urbe lata con fuerza.

Cuando paseas por la superficie, la ciudad muestra su cara más bulliciosa, ruidosa y caótica. Si caminas por su interior, la urbe te acompaña como un amigo que orgulloso enseña sus tesoros más íntimos, cuenta historias de lugares apartados del tiempo y te lleva de la mano por todos esos caminos olvidados y escondidos que celosamente guarda para quien acepte el desafío de encontrarlos.



Manchester, con un pasado industrial importante, debía tener canales, ¿como si no sería posible que llegara todo ese material destinado a las fábricas desde el mar, desde la lejana Liverpool?. Antaño tenían una misión esencial y eran sin duda el riego sanguíneo que mantenía a la ciudad con vida. Ahora que el tiempo de las fábricas y el hierro ha pasado, cumplen una función de divertimento, que hacen de la ciudad un lugar más amable por el cual pasear con tranquilidad.




Cuando llegas a la ciudad, hay gente que te habla de los canales. Hay muchos canales y en los mapas aparecen marcados con un suave tono azulado, haciendo que mucha gente se pregunte si es un rio o son otra cosa. A veces pasas al lado o cruzas un puente y por un segundo te preguntas, ¿que habrá más allá?, ¿donde llegarán?¿tienen fin?.

Buscando edificios del pasado de la ciudad para la próxima entrada de este capítulo de Rutas desconocidas, y mientras hacía fotos de uno de ellos a pie de canal me hice la pregunta que todos nos hacemos alguna vez, ¿se conectarán todos los canales bajo la ciudad?. Ni corta ni perezosa decidí averiguarlo. 



Bajé al canal a la altura de Oxford Road, justo detrás del hotel Middlands, giré a la derecha y para cuando decidí desandar el camino, prácticamente había salido de la ciudad y delante de mi se extendía un canal más parecido a un rio que se perdía entre la foresta. Ni empedrado ni cemento, un camino de tierra que otro día me iré a explorar me confirmaron lo que ya sospechaba, que los canales de la ciudad están interconectados y que puedes caminar bajo la urbe de una punta a otra siguiendo al agua, sin subir ni una sola vez a las calles de arriba.




Por estos caminos secretos te encuentras desde gente pescando con toda la parsimonia del mundo hasta patitos de 5 centímetros que nadan raudos tras mamá pata. Gente haciendo footing, bicicletas, ancianos que te saludan con la cabeza al pasar, hombres de negocios que han dejado el estrés en la parte de arriba y pasean con tranquilidad disfrutando del aire y del sol, fotógrafos amateur que como tú, se dedican a documentar esa zona escondida a los ojos de la multitud de arriba, niños que juegan, perros con palitos que chapotean y asustan a las ocas, cisnes que te persiguen para que les eches un pedazo de pan y muchísimas cosas más.





Subo una rampa y estoy en Castlefield. A mi alrededor cientos de personas se agolpan con cervezas en los pubs del canal. Hoy es el primer día primaveral oficial y se nota en las calles. Los ingleses surgen como las setas después de la lluvia para aprovechar un día de sol. Con tanta gente en las terrazas parece fiesta nacional y casi se te olvida que solo es jueves. Me giro para mirar una casita a pie de canal que está a caballo entre un cuadro impresionista y la casa del viejecito de Up de pixar. A cada lado del canal, una pareja de ancianos que sonríe y comenta el día de una punta a otra del canal. La estampa me recuerda a una película de los años cincuenta.





Los barquitos del canal han aparecido de golpe por arte de magia y ahora como sus antagonistas humanos a la llamada del sol. Este tipo de barco es muy común en Inglaterra, son barquichuelas alargadas que hacen las veces de las caravanas de las películas americanas. Aquí vive gente. Si te parecen que son una monada total y te apetece vivir un tanto diferente al resto del mundo, te puedes alquilar una en vez de un piso y probablemente hasta salga más económico. Mira el lado positivo, al menos no tienes que compartir el baño.



Más allá el canal sigue y Castlefield queda a mi espalda. Edificios industriales abandonados empiezan a verse al lado de edificios novísimos de cristal y metal. Me recuerda a la parte de los canales de Ancoats de los que hablaré en otro post. Lo nuevo y lo viejo se mezclan con exquisita complejidad en Manchester, creando una ilusión de atemporalidad que favorece a la ciudad. 
Viviendas de paredes de cristal con ilusiones de voyager surgen a un lado y otro de los canales de esta zona de la ciudad. Más arriba los muros suben y el bullicio de coches desaparece bajo el zumbido de las abejas y el suave cua de los patos. Las ocas, camorristas natas, se pelean entre si, echándote de vez en cuando miradas de desafío que me cuido muy mucho de evitar. Estos bichos son más temibles que los tigres de bengala y tienen peor temperamento.




Me doy la vuelta cuando el camino asfaltado se acaba. A mi alrededor no hay edificios solo verde por todos lados. Encima de mi cabeza las vías del tren. Pasa un mercancías que parece infinito y lo veo perderse de vista más allá de una pareja que recostada en el césped aprovecha el sol cual caracoles tras la tormenta. Los pocos edificios de los alrededores son silenciosos espectadores de la explosión de luz y verdor que se derrama como una ola de vida por todos lados. Perezosamente una brisa de olor a hierba inunda las orillas del canal haciendo que hasta las ocas se calmen. Miro a mi alrededor y sonrío.
La temperatura es agradable, el sol calienta y la calma solo rota por el zumbido de las abejas y el trinar de los pájaros aquieta y acompaña. 



La vida es bella, que más se puede pedir.

Hasta la próxima entrega, sed felices.